(AZprensa) La mayoría de los poetas suelen escribir en
primera persona. Transmiten en sus poemas sus sentimientos y emociones
personales, su visión de la vida, sus posicionamientos, sus sueños, sus
anhelos... Pueden escribir al amor (la mayoría de las veces), pero también
pueden cantar a la naturaleza, a las cosas bellas o tristes, a la vida o a la
muerte; pueden retratar igualmente acontecimientos actuales o históricos de
cualquier naturaleza, pueden hacer semblanzas de personajes o de cualquier
desconocido que sea conocido para ellos, pueden escribir a la propia poesía, a
su musa; pueden escribir, en fin... a todo aquello que en un momento
determinado les inspira.
Un novelista, un historiador, un ensayista, etc., se pone a escribir cuando él lo decide y de su trabajo, de su erudición, de su formación, de su indagación, de su sudor, en definitiva, va desgranándose su obra. Un poeta no. Un poeta no escribe cuando quiere. Un poeta escribe cuando siente. El escritor escribe cuando decide ponerse a ello. El poeta escribe cuando algo en su interior le empuja. Si no hay inspiración, si no siente esa chispa de magia, el poeta es incapaz de trasladar nada al papel. El escritor se hace (a fuerza de estudio, de trabajo... y también, por supuesto, de talento innato. El poeta no se hace, nace. Nadie puede formarse para ser poeta, por mucho que estudie, por muchas horas de trabajo que le dedique. Un poeta, eso sí, puede mejorar su técnica a través del estudio, pero nada más. La poesía es un sentimiento de origen desconocido y el poeta es un ser capaz de percibir esas vibraciones y de transmitirlas, con mejor o peor acierto, al papel.
La poesía es la arquitectura de las emociones y los sentimientos:
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