viernes, 23 de diciembre de 2022

Murieron con las mascarillas puestas

(AZprensa) Cuando paseaba por la calle, una amplia avenida junto a un parque, en una luminosa mañana de invierno, no pude menos que acordarme del título de aquella película: “Murieron con las botas puestas”. En esta ocasión, sin embargo, el título debería cambiarse por este otro: “Murieron con las mascarillas puestas”.
 
El lavado de cerebro que Gobierno y “medios de manipulación” hicieron durante la pasada pandemia, junto con el ilegal (así lo confirmaron los jueces del Tribunal Superior de Justicia) confinamiento de la población en sus domicilios, ha causado verdaderos estragos en el cerebro de los ciudadanos.
 
En esa luminosa mañana, en una amplia avenida, junto a un parque, con muy poca gente paseando, llamaba poderosamente la atención cómo muchas personas llevaban puesta la mascarilla. ¿Para qué? ¿De qué temen contagiarse en tal lugar y circunstancia? Prefieren en cambio respirar sus propios vómitos, ese aire viciado, cargado del venenoso CO2 que exhalamos, todo lo cual va deteriorando su salud física e intelectual.
 
Yo he intentado alguna vez conversar amigablemente con alguno de esos “covidianos” que, si por ellos fuera, hasta dormirían con la mascarilla puesta. Les he explicado qué son los virus, cómo se transmiten, y cómo en tal momento y circunstancia es imposible un contagio. Pero no razonan. Su cerebro se ha deteriorado tanto por culpa de respirar tanto CO2 y ver tantas horas de “tele terror” que su respuesta no se aleja mucho de un “sí, ya, bueno”, como dando a entender que tengo razón pero ellos prefieren seguir con esa mordaza física y mental.
 
Como suelen obedecer ciegamente todo lo que diga la Autoridad Competente, y a eso que se llama “las Autoridades Sanitarias” de las que el Gobierno se ha negado reiteradamente a dar sus nombres, les he explicado que en espacios abiertos no es obligatorio llevarlas, que resulta absurdo estar sin mascarilla en el andén y tener que ponérsela al entrar en el vagón del metro, que resulta absurdo contemplar cómo si vas a viajar de Madrid a Londres (por ejemplo) en un avión de British Airways no necesitas mascarilla, pero que si ese mismo viaje lo haces en un avión de Iberia sí la necesitas… y más absurdidades por el estilo. En fin, su respuesta ha sido la misma, “sí, ya, bueno”, sin ser capaces de razonar en contra de tales exposiciones, cerrando su mente a cualquier cosa que contradiga las órdenes que recibieron y quedaron grabadas a fuego en su cerebro.
 
Personas taciturnas, temerosas, acobardadas, que tienen miedo del contacto humano y sólo buscan lo que les diga “Papá Estado” a través de los “medios de manipulación”, que se van envenenando lentamente respirando su aire viciado en donde sus propios gérmenes entran y salen de sus vías respiratorias con cada bocanada de CO2 que dan. Y así, esa permanente disminución de oxígeno que llega a sus pulmones, va dañando su estado físico y mental.
 
España es el único país de Europa en donde aún son obligatorias las mascarillas en el transporte público, en todos los demás países retiraron la obligatoriedad hace ya mucho tiempo. Es posible que cuando se celebren en mayo las elecciones autonómicas quiten esta obligatoriedad y la utilicen como arma propagandística en su provecho. Aun así –porque ya se está viendo en todos los demás espacios en donde no son obligatorias y la gente las sigue llevando- me temo que el daño cerebral que se ha causado a todos esos ciudadanos ya es irreversible y que todos los que ahora siguen llevando mascarilla la seguirán llevando aunque deje de ser obligatoria. Como son incapaces de razonar, la seguirán llevando para “sentirse protegidos” no sabemos de qué, quizás del miedo que les da pensar por ellos mismos y darse cuenta que han sido manipulados. Y así hasta que se mueran, por más que piensen que la mascarilla los hace inmortales.
 

Así se utilizó la pandemia para manipular a la población e implantar la “Agenda 2030”.
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