Cuando a M. Teresa Tellería, del Consejo Superior de Investigaciones
Científicas (CSIC) le preguntan a qué se dedica y responde que es “micóloga”,
siempre tiene que continuar explicando qué es eso y para qué sirve. Tellería
estudia los hongos, unos
organismos que no pertenecen al
reino vegetal ni al animal, sino que tienen uno propio: el reino
Fungi; son
capaces de degradar los residuos de su entorno y su importancia medioambiental
y económica está fuera de duda. Pero también están rodeados de un halo de
misterio, “una especie de leyenda negra que viene de tiempos inmemoriales” y
que los relaciona con envenenamientos e historias truculentas. De todo ello da
cuenta en su libro “Los hongos” editado por el CSIC.
Tellería explica que con el desarrollo de las técnicas moleculares se ha podido saber que los
hongos están más relacionados con los animales que con las plantas. “Creo que
su éxito evolutivo está en que han hecho de sus defectos virtud. Son organismos
heterótrofos, es decir, dependen de otros para sobrevivir (no como las plantas,
que son capaces de sintetizar sus propios alimentos por medio de la
fotosíntesis). Los hongos, como los animales, viven a expensas de lo que el
medio les proporciona, pero además no tienen la capacidad de desplazarse para
buscar el alimento. ¿Qué hacen? Han desarrollado mecanismos muy exitosos: por
un lado, tienen un poderosísimo sistema enzimático que les permite degradar
casi todo, incluso la lignina; por otro, digieren el alimento fuera de su
cuerpo para después ingerirlo por absorción, porque no tienen estómago; y
además tienen la capacidad de crear alianzas con todo tipo de organismos,
animales y vegetales. Un ejemplo típico son las micorrizas, es decir, las
alianzas de los hongos con las plantas. El 90% de las plantas de nuestro
planeta no podrían vivir sin los hongos que llevan asociados y que les ayudan a
absorber elementos como el fósforo y otros nutrientes necesarios”, añade.
En su defensa de los mismos explica que “los hongos son unos
organismos muy mal conocidos e interpretados. Cuando se habla de ellos, todo el
mundo piensa en su lado gastronómico. Eso es confundir una pequeña parte con el
todo. También se suele decir que son plantas, que es lo mismo que afirmar que
las ballenas son peces o que los murciélagos son pájaros. Incluso el
diccionario de la RAE los describe como plantas talofitas sin clorofila, cuando
constituyen un reino independiente más emparentado con los animales. Además
despiertan en nosotros unas relaciones de amor-odio porque, aunque existen
pocas especies venenosas mortales, despiertan miedo. En general tenemos una
idea muy maniquea de los hongos: los hay buenos y malos, los demás no existen,
cuando los comestibles y venenosos son un porcentaje muy pequeño de las 100.000
especies hoy conocidas”.
Apasionada por la divulgación científica, expone que esta es “una de
las facetas más atractivas de la investigación. La divulgación requiere hacer
un esfuerzo muy grande de síntesis, de entender las cosas a fondo para poder
transmitirlas de un modo sencillo. Esa labor de recopilar la información,
digerirla y divulgarla es apasionante y muy gratificante”.
Pero, como reconoce, no se presta la suficiente atención a la misma:
“Si los programas de divulgación solo se emiten en La 2 a unas horas de baja
audiencia, y además casi toda la divulgación que se hace es a base de
documentales de elefantes, osos o leones, siempre vertebrados y cuanto más
grandes mejor, es normal que los ciudadanos se cansen. Habría que pensar en
documentales, series y películas sobre investigadores y la labor investigadora,
porque sabemos muy poco de nuestra historia y actualidad científicas”.
Finalmente, preguntada por si considera que es útil para el ciudadano
tener una mayor cultura científica, responde rotundamente que “sí, en el
sentido de poder interpretar mejor el mundo que nos rodea. Hay que ser cultos
para ser libres y cuanto más sepamos, mejor podremos afrontar los problemas”.
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