(Diario El Inefable) Una de las historias más curiosas de la
investigación farmacológica la protagonizó allá por los años 20 el Dr. Albert
Hoffmann. El hombre estaba buscando un remedio contra la migraña y pensó que la
dietilamina del ácido d-lisérgico, un compuesto derivado del cornezuelo de
centeno, podía ser la solución; pero entonces uno de sus guantes se rompió y
con los nervios propios de tal accidente entró en contacto con dicha
sustancia... instantes después comenzó a tener alucinaciones: acababa de
descubrir el LSD, el alucinógeno por antonomasia.
Tras retirarse como director de investigación del
laboratorio Sandoz en Basilea (Suiza) dio a conocer el resultado de sus
investigaciones: el LSD inducía alteraciones transitorias del pensamiento, una
sensación de omnipresencia o paranoia aguda, y también psicosis persistente,
depresión prolongada y alteración del juicio.
Una sustancia así no podía pasar desapercibida para la
Agencia Central de Inteligencia de Estados Unidos (CIA). Para controlarlo
mejor, y ya que Sandoz era una compañía suiza, encargó a una compañía
norteamericana, Eli Lilly que sintetizase el LSD y, curiosamente, al poco
tiempo, en 1954 concretamente, Lilly “dio” con la fórmula. Precisamente fueron
los científicos de Lilly quienes acuñaron la palabra “viaje” para describir la
experiencia alucinógena que proporcionaba el LSD. Ahora bien, del empleo que la
CIA hizo de esta sustancia...
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