(AZprensa, Editorial) Sólo hace falta repasar la información
que se ofrece en los medios de comunicación sobre la industria farmacéutica
para darse cuenta de la unanimidad de criterio existente: todos los medios de
comunicación coinciden en sus opiniones negativas sobre esta industria (que si
se inventan enfermedades, que si ponen unos precios abusivos a los fármacos,
que si pagan a los médicos, que si sólo publican los estudios clínicos que les
interesa, que si ganan mucho dinero, que...), sin reparar en que: son el
segundo sector que más invierte en investigación, son uno de los sectores que
genera más empleo, gracias a sus medicamentos vivimos más y mejor... y sin
reparar en que: son empresas comerciales que arriesgan el dinero de sus inversores
para conseguir fármacos de éxito, los cuales lógicamente habrán de reportarles
beneficios (porque si no, nadie invertiría en las mismas) y esto es algo lógico
y por supuesto legal.
Sin embargo vayámonos ahora a otro sector muy cercano, el de
los productos de parafarmacia: infusiones, extractos, lociones... todos ellos
muy “naturales y sin efectos secundarios”, pero:
(1)
¿Tienen algún efecto positivo o son sólo simple placebo?
¿Dónde están los estudios clínicos que demuestran fehacientemente sus beneficios,
esos estudios que tanto exigen y critican a la industria químico farmacéutica?
(2)
¿Por qué son tan caros? ¿Por qué cualquier producto de
parafarmacia cuesta tres o cuatro veces más que cualquier medicamento de
prescripción equivalente? ¿Cuántos años de investigación y cuántos estudios han
sido necesarios para sacar ese “producto” y por consiguiente justifican su
precio tan alto? ¿Hay estudios que demuestren en cuántos días reducen el tiempo
de curación de la enfermedad?
Como se ve, hay un doble rasero, una doble moralidad cuando
se trata de opinar sobre unos y sobre otros. Los medicamentos de prescripción
se catalogan como “venenos” y se les tacha de tener “precios abusivos” (cuando
la mayoría de ellos cuestan menos de dos euros); mientras que a los productos
de parafarmacia se les ensalza por lo “naturales” que son, y con esa misma
“naturalidad” se paga sin rechistar un precio cuatro veces más alto.
Eso sí, cuando un defensor de los productos de parafarmacia
(que suele ser al mismo tiempo un detractor de los medicamentos de
prescripción) enferma gravemente, lo que quiere es que le trate un médico y le
recete un medicamento de prescripción que le cure su enfermedad. Luego, cuando
ya esté bien, volverá a sus productos naturales y a denostar el fruto de años y
años y miles de millones de investigación que costó descubrir, desarrollar y
comercializar ese fármaco “enemigo” que a pesar de todo le curó su enfermedad.
Desde AZprensa nos limitamos a recordar que la
generalización es enemiga de la objetividad.
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