(AZprensa, Editorial) Cuando uno coge el programa de un
congreso, simposio, jornada, reunión, etc. y revisa los temas y ponentes, va
haciendo mentalmente una clasificación de aquellos que más le interesa escuchar
y ajusta su agenda interna, su atención, hacia los mismos, esperando que dichas
disertaciones sean de su agrado. A veces se quedará allí todo el tiempo, aunque
pensará en otras cosas cuando hablen de lo que no le interesa y esperará a
prestar atención cuando lleguen sus materias preferidas.
Cuando un periodista repasa ese programa, marca aquellas
ponencias que son de su interés para acudir justo a esa hora y así poder
reflejar después en un artículo o noticia lo que en aquella ponencia se diga. La jornada del periodistas suele estar muy apretada y como no pueden quedarse a
toda la sesión eligen para asistir y cubrir informativamente sólo aquello que
consideran más relevante.
Hasta aquí la teoría. Ahora llegamos a la práctica, tal como
se desarrolla en España.
Previamente, y para contentar a todo el mundo, se incluyen
en el programa a todos aquellos con quienes se quiera quedar bien, de tal forma
que ya de entrada el programa suele estar bastante recargado en cuanto a número
de ponentes y bastante escaso en cuanto a tiempo concedido a cada uno. Pero lo
importante –para los organizadores- es que se vea una agenda llena de temas
importantes y de ponentes de relieve.
Llega la hora de comenzar y –como ya he comentado en otra
ocasión- se conceden cinco minutos de cortesía (a los que yo llamo “de
grosería”) para esperar a que se vayan incorporando todos lo que van llegando
tarde. A veces, incluso, son algunos de los ponentes o miembros de la mesa
presidencial, quienes llegan tarde. Y con frecuencia no son ni cinco ni diez,
sino muchos más los minutos que hay que esperar, para cabreo y desesperación de
las personas formales, educadas, honestas, que han acudido a su hora.
Por fin se comienza y, ya de entrada, los miembros de la
mesa presidencial que debían hablar cinco minutos cada uno, se enrollan y se
pasan diez o quince minutos hablando cada uno. Cuando han terminado ya estamos
en la hora que –según el programa- debería ocupar la segunda ponencia, y aún no
hemos empezado con la primera.
Llega la primera ponencia, y el ponente diserta sin
importarle quienes vendrán detrás, él va a lo suyo: soltar su discurso para que
todos vean cuánto sabe y qué bien habla. Cuando acaba, ya deberíamos estar en
el descanso, con lo cual no ha lugar al apartado de ruegos y preguntas. Aún
así, el moderador da paso a que los asistentes pregunten algo rápido. Se
levanta uno y el enunciado de su pregunta dura cinco minutos. La respuesta otro
tanto. Luego otro igual y ya finalmente el moderador corta y dice que vamos a
tomar un refrigerio.
El tiempo –según programa- para el refrigerio es de quince
minutos, que es el tiempo real que se necesita para desalojar la sala y volver
a sentarse luego. Por consiguiente el citado descanso dura el doble de lo que
tenía programado.
Llega la segunda ponencia en la hora que debería
corresponder a la cuarta. Aquí ya le entran las prisas al moderador y pide que
aceleren. Si el ponente es educado, hará una exposición rápida, aunque
insuficiente para recuperar todo el tiempo perdido. Si l ponente lo único que
le importa es él mismo, no hará ni caso, y sólo si el moderador le apremia
varias veces, dará por terminada su sesión saltándose la mitad de lo que
pensaba decir. Por supuesto, ya no habrá tiempo para preguntas.
Para qué seguir si todos vosotros lo habéis padecido en más
de una ocasión. Aquello que os interesaba escuchar se ha quedado a medias y con
varias horas de retraso, con lo cual os han desajustado vuestro plan para aquél
día. ¿Y los periodistas? Pues cuando hayan llegado a la hora de quien pensaban
seguir, se habrán dado cuenta que la sesión lleva más de una hora de retraso y
habrán optado o por marcharse y pasar de cubrir esa información o aguantarse y
esperar para escribir con en enfado monumental que sin duda enturbiará su
imparcialidad a la hora de contarlo.
Después de más de cuarenta años de vida profesional debo
reconocer que casi nunca he visto en España que un programa cumple fielmente
con los horarios previstos. Y no consigo entender por qué ese empeño en hacer
programas imposibles de cumplir. ¿Son tan tontos los que deciden el programa o
es que les importa un bledo el público que asista y sólo les preocupa que quede
bonito para mayor gloria personal?
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