(AZprensa) Los gastrónomos huyen de los nutricionistas
por aguafiestas, y los nutricionistas desconfían de los gastrónomos por
ensalzar el placer sobre todas las cosas. De ahí que la gastronomía y la nutrición,
que son dos disciplinas que abordan el mismo asunto (lo que comemos y bebemos,
es decir, nuestra alimentación) hayan caminado tradicionalmente en paralelo
mirándose de soslayo con recelo.
Se ha producido así un divorcio absurdo entre gastronomía
y nutrición, cuando la realidad es que ambos estereotipos muestran sus
carencias, pues un buen gastrónomo ha de conocer la ciencia que opera tras las
viandas que alaba, para así promocionarlas con más acierto, y un buen
nutricionista ha de conocer los usos y gustos sociales asociados a las
costumbres de sus pacientes, para corregirlas cuando sea necesario.
De todo esto se ha hablado el periodista y escritor David
Remartínez, quien pone el acento en que “hoy nuestra alimentación combina
cocina tradicional, comida industrial, precocinados, snacks y muchas otras
variantes de un hábito diario que ha pasado de necesidad, de hambre, a
entretenimiento, al capricho de la sociedad rica”.
En este sentido destaca que actualmente hay generaciones
que se han criado con otras preferencias de paladar, distintas a las heredadas
de sus padres, proporcionadas por un mercado capaz de inventar sabores,
ingredientes y platos constantemente. “Y todo eso obliga a que los interesados
en la alimentación se sienten, dialoguen y busquen cómo mejorarse mutuamente,
para así mejorar su sociedad”.
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