(AZprensa)
Los datos recopilados por la nave espacial Juno de la NASA utilizando su
instrumento infrarrojo JIRAM han descubierto un nuevo volcán activo en Ío, el
cuarto satélite más grande de nuestro sistema solar (3.643 Km. de diámetro), el
que tiene una mayor densidad de todos (3,55 g/cm3) y el que menos cantidad de
agua –proporcionalmente- posee de entre todos los planetas y satélites de
nuestro sistema solar. Pero Ío tiene además otro récord y es que es el cuerpo
de nuestro sistema solar más activo desde el punto de vista geológico.
En
comparación con los demás satélites de Júpiter, Ío es el segundo satélite más
grande, está situado a 422.000 Km. del mismo y tarda 1 día 18 horas y 30
minutos en completar su órbita, exactamente lo mismo que tarda en girar sobre
sí mismo, por lo que siempre ofrece la misma cara a Júpiter.
Su
superficie tiene más de 400 volcanes activos, que expulsan nubes de azufre y –a
diferencia de los volcanes terrestres- también expulsan dióxido de azufre y en
algunos casos se elevan hasta los 500 Km. de altitud. Presenta todo tipo de
accidentes geográficos: extensas planicies; más de 100 escarpadas montañas,
algunas de ellas más altas que el monte Everest en la Tierra; lagos de azufre
fundido, calderas volcánicas de varios Km. de profundidad, lenguas de lava que
alcanzan en algunos casos hasta los 150 Km. de longitud...
Tan
activo es Ío que no se observa en su superficie ningún cráter causado por el
impacto de meteoritos, ya que de haberlos estos han sido completamente borrados
por la continua actividad geológica. Cuando el material deyectado por sus
erupciones volcánicas supera los 300 Km. de altitud, la baja gravedad de Ío
(1,81 m/s2) hace que parte del mismo llegue al espacio formando un anillo de
material a lo largo de su órbita, y parte del mismo es atraído por Júpiter en
donde al chocar contribuye a la formación de las auroras boreales que se han
visto en este planeta.
La
explicación de esta gran actividad geológica hay que buscarla en los efectos de
marea producidos por la atracción de Júpiter por un lado y por la atracción de
los siguientes satélites vecinos, Europa y Ganímedes, por otro lado, ya que
estos dos últimos así como el propio Ío se encuentran en un tipo de resonancia
orbital llamada resonancia de Laplace. Esta consiste en que los períodos de
revolución de estos satélites guardan entre sí una proporción de 1:2:4, es
decir: por cada órbita que completa Ío, Europa completa dos y Ganímedes
completa 4. Este es un caso único en nuestro sistema solar y los únicos que se
aproximan algo, aunque no de manera perfecta, son los satélites de Urano,
Miranda, Ariel y Umbriel. Para hacernos una idea de la fuerza de estas mareas,
digamos que son ocho veces más altas que las que ejerce la Luna sobre los
océanos de la Tierra.
Mientras
la mayoría de los satélites de nuestro sistema solar están cubiertos de gruesas
capas de hielo, Ío está compuesto de rocas de silicato y azufre envolviendo un
núcleo de 900 Km. de diámetro, compuesto por metales pesados como el hierro, el
cual dota de magnetosfera a este satélite.
Su
atmósfera está compuesta básicamente por dióxido de azufre, con trazas de
algunos otros gases e igualmente posee una ligera presión atmosférica a pesar
que su atmósfera no es muy densa. Esto hace que las temperaturas a nivel de
suelo o en su atmósfera sean tan dispares; por ejemplo, 1.726º C a nivel de
suelo y –143º C un poco más arriba.
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