viernes, 25 de febrero de 2022

Cuando se detecta el autismo a temprana edad, hay síntomas que desaparecen

(AZprensa) La doctora Beatriz Payá, psiquiatra y coordinadora del Área de Psiquiatría Infantil del Hospital Universitario Marqués de Valdecilla (Santader) nos explica qué son los Trastornos del Espectro Autista (TEA), entre los que se encuentra el Síndrome de Asperger y que, en España, afectan a uno de cada 100 niños.
 
¿Qué es el Síndrome de Asperger y qué relación tiene con el autismo?
Es un término clásico que se utilizaba para un síndrome englobado dentro del autismo porque tiene dos características diferenciales: los niños que la padecen  tienen sintomatología de autismo pero cociente intelectual normal y no tienen alteraciones en el lenguaje, pero esta clasificación ya está obsoleta y en la actualidad hablamos de los TEA (Trastornos del Espectro Autista) que engloban todas las alteraciones con sintomatología en común, aunque con diferente gravedad, entre ellas el Síndrome de Asperger. Son clasificaciones que han ido cambiando.
 
La psiquiatría infantil se encarga del diagnóstico y tratamiento de los trastornos del neurodesarrollo infantil, entre los que se encuentran los TEA,  y también los neuropediatras están capacitados para su abordaje aunque  muchas veces los psiquiatras infantiles asumimos los tratamientos farmacológicos de los niños con autismo porque, por su sintomatología,  pueden tener alteraciones de conducta y síntomas que requieren fármacos que manejamos nosotros pero es muy importante que en el diagnóstico  intervenga un equipo multidisciplinar.
 
¿Cómo se detecta y se aborda  este tipo de síndromes? 
Actualmente, los síntomas para el diagnóstico se pueden detectar desde los 18 meses, e incluso antes. Con estas edades tempranas podemos evidenciar síntomas de alerta, aunque la mayoría de los casos se diagnostican en torno a los 3 ó 4 años. En este sentido, hay que destacar la importancia de mejorar el  diagnóstico precoz porque es fundamental para el tratamiento y sus resultados pero en los casos más leves es difícil,  nos encontramos con  casos en los que no se detecta sintomatología hasta que llegan a la adolescencia donde  empiezan a aparecer conductas raras para adaptarse a determinados contextos o al estrés, esos cuadros leves no se han diagnosticado en la niñez  y dan la cara con más edad.
 
El papel del pediatra es muy importante, así como la información de los padres para detectar señales. Algunas de ellas pueden ser que el niño no mira a los ojos, no atiende a la sonrisa, al abrazo o hacen uso de los juguetes de una manera repetitiva. Si el pediatra detecta alguna alteración de este tipo lo deriva a Atención Temprana y se puede empezar a intervenir en todas las áreas y, de manera paralela, lo envía a Psiquiatría Infantil o a Neuropediatría.
 
En Psiquiatría Infantil se evalúa clínicamente al niño basándose en entrevistas con los padres y en la observación del niño con instrumentos cada vez más específicos, y una vez que se diagnostica un TEA se procede a la derivación a Neuropediatría para que inicie el estudio genético y las pruebas complementarias necesarias. Hacen pruebas de analítica, genética e imagen cerebral y se realiza un diagnóstico muy preciso que descarta otras patologías que pueden tener síntomas parecidos.  
 
¿Y si hablamos de tratamientos? 
El trabajo con la familia, de especial importancia cuando se detecta y en las primeras fases del diagnóstico en las que hay que informarles, acompañarles y hacerles ver que depende de la gravedad el pronóstico es mejor o peor, hay algunos niños con un TEA que hacen vida normal; y,  por otro lado, la intervención con el niño.
 
A partir de los 3 o 4 años, la intervención se realiza en el ámbito de los colegios que cuentan con logopedas y otros profesionales que se encargan de dar el apoyo que estos niños necesitan. Por otro lado, en Psiquiatría y Psicología se trabaja con el niño en habilidades sociales y se les dan las pautas necesarias a los padres.
 
¿Qué características tienen los pacientes con estos síndromes? 
Por un lado, alteraciones persistentes en la comunicación e interacción social que se manifiesta en déficits en la reciprocidad socioemocional, pueden tener dificultades para conversar, compartir emociones y afectos y les cuesta responder a las interacciones sociales. También puede haber alteraciones en la comunicación no verbal y verbal, suele estar poco integrada en el uso de gestos o en la expresión facial, y a veces les cuesta comprender y tienen menos interés y comportamientos poco adecuados porque no entienden el contexto.
 
Por otro lado, hay otro apartado en el que tienen patrones e intereses muy repetitivos, desde movimientos reiterativos a dificultad con la rutina, o con cambios que les angustian, tienen dificultad para las transiciones que es algo que les dificulta su día a día.
 
Lo que cada vez queda más patente es la importancia del diagnóstico precoz, cuando se interviene a los dos años de edad intensamente hay síntomas que desparecen.
 
Fuente: Colegio de Médicos de Cantabria.
 

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