(AZprensa)
En el recorrido que Edgar Rice Burroughs nos hace por el interior de nuestro
planeta, en su novela “Aventura en el centro de la Tierra” (“At the earth’s
core”) sorprende, quizás más que ninguna otra cosa, que el tiempo no existe. El
sol siempre está en el mismo sitio, la luminosidad es la misma, siempre
perpetua, la dirección y longitud de las sombras es siempre la misma... “¡Cómo
medir el tiempo, allí donde el tiempo no existe!”, dice el protagonista. Al no
haber días y noches, al no cambiar nunca la intensidad y posición de la luz, es
imposible saber cuánto tiempo -tal como lo entendemos nosotros- transcurre en
realidad.
Y
en cuanto al tamaño de ese mundo interior hay también otra sorpresa. Si
nosotros pensamos en una esfera metida dentro de otra esfera –como este sería
el caso- es lógico pensar que la superficie de la esfera interior sea mucho más
pequeña que la de la esfera exterior: sin embargo se nos pasa por alto un
detalle importante, tal como lo explica el protagonista al mostrarle un mapa de
ese planeta interior: “Mira, esto es agua, evidentemente, y todo esto es
tierra. ¿Notas la configuración de las dos zonas? Donde hay mar en la
superficie exterior, aquí hay tierra. Estas áreas relativamente pequeñas de
océanos siguen los contornos generales de los continentes de la corteza de
nuestro mundo. Sabemos que la corteza de la Tierra tiene 800 kilómetros de
espesor, luego el diámetro de este mundo interior debe ser de 11.000 kilómetros
y su superficie de unos 400 millones de kilómetros cuadrados. Tres cuartos
corresponden a la tierra. ¡Piensa en eso! ¿Una superficie terrestre interior de
300 millones de kilómetros cuadrados! Nuestro mundo no tiene más de 80 millones
de kilómetros cuadrados de tierra, ya que el resto está cubierto de agua. Así
como a menudo comparamos a los países por sus superficies relativas, de la
misma manera podemos comparar estos dos mundos y nos encontramos con la extraña
anomalía de uno grande dentro de otro más pequeño”.
Como
lo que escribió Burroughs (al igual que Verne) es una novela de aventuras, allí
aparecen diversas razas y una sucesión trepidante de acontecimientos. Infinidad
de razas y animales que conviven en ese mundo interior, costumbres
aparentemente distintas pero comportamientos similares, al fin, a los
humanos... imaginación desbordante para hacer pasar un rato entretenido de
lectura, tanto es así que resulta difícil detener su lectura y –dado que su
extensión no es mucha- con facilidad es capaz uno de leer esta novela de un
tirón.
Con
imaginación o sin ella, después de ese rato agradable de lectura, queda dentro
de nuestra conciencia un pequeño poso de intriga: ¿Habrá algo de verdad en todo
esto? Y es que una cosa es cierta: es mucho más lo que desconocemos que lo poco
que creemos tener por cierto.
PD.-
Para el que quiera más información, aquí está el enlace donde puede verse una
conferencia de 1 h. de duración sobre este tema:
https://www.youtube.com/watch?v=LXDP0MqAg-A
Como
se ha dicho siempre, cuanto más sabemos más nos damos cuenta de lo mucho que
nos queda por aprender. Y a veces no hace falta irse tan lejos: el 100 por cien
de la superficie de la Luna ha sido cartografiado, igual sucede con la
superficie de Marte, y sin embargo, con relación a nuestro propio planeta sólo
hemos sido capaces de cartografiar un 5 por ciento del fondo de mares y océanos.
Y en las profundidades de la tierra aún existen miles de grandes cuevas en las
que apenas si nos hemos adentrado unos pocos cientos de metros. La Tierra sigue
siendo un planeta desconocido.
Hay otros mundos, pero están en este…
“No son coincidencias”: https://amzn.to/2OCmSsO
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