(AZprensa)
Han sido varios los novelistas que, con mayor o menor acierto, nos han hablado
de “La Tierra hueca”. De todos es conocido el famoso libro “Viaje al centro de
la Tierra” de Julio Verne, pero hay otra novela, más desconocida, que es la que
ahora quiero comentar y explica con más detenimiento cómo es ese mundo
interior. El novelista es muy famoso, Edgar Rice Burroughs. Dicho así es posible
que pocos puedan saber a quién me refiero, pero si digo que es el autor de las
novelas de Tarzán, seguro que todos sabrán de quién estoy hablando. Pues bien,
Burroughs no sólo escribió las novelas de Tarzán, sino muchas otras novelas,
siendo también populares las que escribió en torno al planeta Marte y cómo un
americano se ve proyectado mentalmente a dicho plantea y vive allí las más
increíbles aventuras. Ahora bien, tuve la suerte de descubrir otra novela más
desconocida de este autor: se titula “Aventura en el centro de la Tierra” (“At
the earth’s core”) y se editó en 1914. En esta novela, el protagonista viaja en
una gigantesca y ultramoderna excavadora y penetra con ella en el interior de
la Tierra. Su objetivo final es el descubrimiento de yacimientos minerales,
pero en su primer viaje de exploración no puede detener su avance y la máquina
continúa penetrando en la corteza terrestre hasta que aparece en un mundo
interior. Son muy ilustrativos algunos pasajes de esta novela, tal como
exponemos a continuación.
Así
explica el científico creador de dicha máquina perforadora a su acompañante
cómo y a dónde han llegado: “Sé exactamente dónde nos encontramos. ¡Hemos hecho
un descubrimiento maravilloso! Hemos probado que la Tierra es hueca. Hemos
atravesado totalmente la corteza terrestre y arribado a un mundo interior.
Nuestra excavadora nos llevó a través de 400 kilómetros por debajo de nuestro
mundo externo. En ese punto llegó al centro de gravedad de la corteza, de 800
kilómetros de espesor. Hasta ese momento habíamos estado descendiendo, aunque
la dirección, claro está, es relativa. Luego cuando los asientos oscilaron –lo
que te llevó a pensar que habíamos dado la vuelta y que volvíamos a la
superficie- pasamos el centro de gravedad y, aunque no cambió la dirección en
que avanzábamos, estábamos en realidad dirigiéndonos hacia arriba, hacia la
superficie del mundo interior”.
Al
llegar y contemplar ese mundo, notan algo extraño: “Cuando me puse a observar
con detenimiento, comencé a advertir la rareza del paisaje que me había
obsesionado desde el principio con una alucinante impresión de lo sobrenatural:
¡no había horizonte! Hasta donde podía verse, el mar se prolongaba con los
islotes que flotaban en su seno, los más lejanos, reducidos a diminutos puntos;
pero detrás de ellos seguía infinitamente el mar, hasta que la sensación de
estar mirando hacia arriba, hasta el punto más lejano, parecía muy real. La
distancia se perdía en la distancia misma. Eso era todo: no había un trazo
horizontal definido que marcara la pendiente del globo al hundirse bajo la
línea de la visión”.
Pero,
con todo, lo más extraño y sorprendente es que dicho mundo interior tenga luz,
tenga sol. Así lo explica el protagonista: “No es el mismo sol del mundo
exterior el que nosotros vemos. Es otro sol, totalmente distinto, que arroja su
eterno resplandor de mediodía sobre la faz de esta Tierra interior. Hace varias
horas que estamos aquí y sin embargo todavía es mediodía. Es muy simple. La
Tierra fue al principio una masa nebulosa, se enfrió, y a medida que se
enfriaba se encogía. Al final, una delgada capa de corteza sólida se formó
sobre la superficie externa. Era una especie de cáscara; pero adentro contenía
materia parcialmente derretida y gases altamente dilatados. A medida que seguía
enfriándose ¿qué ocurría? La fuerza
centrífuga arrojaba rápidamente las partículas del núcleo nebuloso hacia la
corteza donde se iban solidificando. Habrás visto el mismo principio, en la
práctica, en una máquina de separar crema. Al poco tiempo, pues, quedó sólo un
núcleo sobrecalentado de materia gaseosa dentro de un enorme vacío provocado
por los gases que se contraían y se enfriaban. La idéntica atracción ejercida
por la corteza maciza desde todas direcciones mantuvo a ese núcleo en el centro
exacto de la esfera hueca, y lo que queda de él es el sol que ves ahora: una
cosa relativamente pequeña en el centro de la Tierra, que emite su luminosidad
perpetua y su calor tórrido en forma pareja a todas las zonas de este mundo
interior. Debe haber pasado mucho tiempo después que apareció la vida en el
exterior, para que esta parte interna se enfriara lo suficiente y también
hubiese vida en ella. Pero es evidente que los mismos agentes afectaron a ambos
mundos”…
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