jueves, 2 de febrero de 2023

Las gafas que se expatriaron

(AZprensa) El que fuera presidente del Gobierno de Cataluña, Carles Puigdemont, se expatrió voluntariamente (en realidad huyendo de la justicia) a Bruselas, pero no ha sido el único: hace ya muchos años mis gafas también se expatriaron. Esta es la historia…
 
Los responsables de Comunicación de cada país nos reuníamos con mucha frecuencia y cada vez lo hacíamos en un país diferente. Por fin le tocó el turno a Bélgica, un país que no conocía y por consiguiente me hacía ilusión eso de ir a Bruselas… pero me quedé con las ganas. Del aeropuerto fuimos directamente a las oficinas de la empresa que estaban en un polígono industrial en las afueras de la ciudad. Celebramos allí la reunión y la correspondiente comida. Se reanudó después la reunión y a media tarde nos trasladaron de nuevo al aeropuerto para coger nuestro vuelo de regreso. Eso fue todo lo que vi de Bruselas en mi primer viaje.
 
Poco después me convocaron para otra reunión en Bruselas. “A ver si esta vez hay más suerte”, me dije. Pronto salí de mi error cuando comprobé que el hotel donde se iba a celebrar la reunión estaba en el mismo aeropuerto y ese mismo día regresaríamos por la tarde. Eso fue todo lo que vi de Bruselas en mi segundo viaje; menos aún que el primero porque esta vez ni siquiera salí del aeropuerto.
 
Nuevamente se anunció otra reunión en Bruselas y… otra vez en el mismo hotel del aeropuerto para regresar en el mismo día. Mis gafas de leer ya debían sospechar algo de esto y tramaron un plan… Cuando me bajé del avión en Bruselas fui rápidamente hacia el hotel, en un camino a pie que conocía perfectamente. Llegué a la sala de la reunión, me eché la mano al bolsillo… y allí no estaban mis gafas. Hice memoria. ¡Me las había dejado en la bolsa que había delante de mi asiento en el avión! Ya no podía volver a reclamarlas y por la tarde tampoco porque el tiempo era muy justo, tan pronto acabase la reunión había que ir deprisa a coger el avión de regreso. Eso fue todo lo que vi de Bruselas en mi tercer viaje, algo a lo que al parecer no estaban dispuestas a consentir mis gafas de leer que, por su cuenta y riesgo, habían optado por huir.
 
Pensaba que alguna otra vez volvería a Bruselas, así que guardé el billete de avión y la tarjeta de embarque. Efectivamente, tres meses después me convocaban para una nueva reunión en Bruselas y esta vez con noche incluida en un hotel del centro de la ciudad. ¡Por fin! Pero esta vez, en vez de sacarme el billete a la hora que hubiera sido normal para llegar a tiempo a la reunión, me lo saqué mucho más temprano, casi de madrugada, con la intención de tener un par de horas libres para localizar la oficina de objetos perdidos y reclamar mis gafas. ¿Habría suerte? ¿Por qué no? Con la tranquilidad que da el ir sobrado de tiempo, fui preguntando y por fin localicé la oficina de objetos perdidos, enseñé la tarjeta de embarque de mi vuelo de tres meses atrás y expliqué que me había dejado allí las gafas. Esperé. Pasaron unos minutos y ¡casi no lo podía creer! ¡Allí estaban mis gafas! Después me fui al hotel, tuve la reunión de trabajo y toda la tarde y noche la dedicamos a hacer turismo por la ciudad. A la mañana siguiente –ya con mis gafas, a las que perdoné su travesura- regresé a Madrid y caí en la cuenta que había necesitado cuatro viajes a Bruselas para poder ver –finalmente al cuarto intento- la ciudad.



Las divertidas e incluso instructivas anécdotas de un Director de Comunicación.
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