(AZprensa)
¿Puede existir alguna relación entre la industria farmacéutica y la poesía?
Aparentemente se trata de dos mundos completamente diferentes, pero hemos
querido conocer, de la mano de un experto, qué pueden tener en común “Industria
Farmacéutica” y “Poesía”. El siguiente artículo del profesor de Lengua y
Literatura, Manuel Prieto, que ha sido director de la Universidad Laboral de
Zamora y también ha ejercido como periodista y poeta, nos da la respuesta:
Resolver el dilema
¿Quién
podrá abrir el dilema posible entre farmacia y poesía? ¿Hay algo más extraño
que hacer esta pregunta? ¿Qué puede ocurrir cuando nos encontramos con algún
asunto desconocido, con alguna pregunta inesperada como esta? Que la asumimos
sencilla y naturalmente –“porque sí”- o que, si llega el caso, intentamos
plantearnos qué podemos hacer. Las preguntas sólo son válidas si hay intención
de encontrar una respuesta. En ello estamos al intentar relacionar o no
Poesía/Literatura con Farmacia/Industria farmacéutica. Conceptos complicados
que pueden acabar sofocados si se juntan. En momentos como este, todos
recordamos con una sonrisa la pregunta
que nos hicieron alguna vez en la escuela: “¡A ver! ¿Qué pesa más: un
kilo de piedras o un kilo de plumas?”. Como niños, nuestra cara de sorpresa se
supone.
La
Farmacia como tal tiene su sentido en la ruptura de la normalidad orgánica del
ser humano (cuando no se tienen problemas no se acuerda nadie de ella). La
Poesía, sin embargo, parte de la normalidad continua de la vida normal para ir
en busca de lo no cotidiano y, por eso, se adentra en mundos insospechados,
aunque aparentemente hinque o afinque su realidad en lo conocido y en lo
rutinario.
Y,
sin embargo, a algunos les parece que hay más cercanía entre estos dos mundos
de lo que a simple vista parece y que, en este sentido, podría plantearse la
pregunta. Si miramos bien y con cuidado, es decir, atentamente, sin dejarnos
llevar por simplezas o prejuicios vanos, tanto la Farmacia (la industria farmacéutica)
o la Medicina como la Poesía (la sensibilidad poética) intentan resolver
interrogantes emanadas de la realidad diaria. De hecho, la farmacología
pretende ver cómo reaccionan los organismos vivos ante unas sustancias
determinadas y analizar cómo funcionan en circunstancias anómalas (cuando algo
“falla”), o bien cuando todo es normal; mientras que la poesía se centra sobre
todo en el significado íntimo, en lo que permanece consciente en un humano que
sufre o que disfruta. Si lo primero pretende curar, lo cual ya es suficiente,
lo segundo busca penetrar en el alivio interno y, a veces, en el trasfondo
trascendente.
La
Industria Farmacéutica, como una especie de ciencia, puede multiplicar las
perspectivas, las ocasiones de prueba, los experimentos, puede dividir y
especializar sus saberes para lograr el hallazgo de una curación. Por su parte
la Poesía relaciona todo con su entorno, intentando dar calor, color y sentido
a la pragmática frialdad de los experimentos para hacerlos humanamente
sensibles o atractivos. Si la industria de los Medicamentos nos dice, verbi
gratia, que el ácido acetilsalicílico o el paracetamol son unos compuestos muy
aceptables para variados fines terapéuticos, la Poesía tomará esos
conocimientos y, sin trivializar tales hechos, la realidad humana que subyace
en el hecho banal de haber ingerido un comprimido para aliviar el dolor.
El
investigador tal vez se preguntará: “¿Para qué podrá servirme un ácido o un
compuesto nuevo?”. El poeta se dirá: “¿Qué significará haber hallado ese mismo
ácido o compuesto? ¿Cómo nos hará más felices o nos ayudará a conocernos mejor?
¿Podrá cambiar mi mundo en algo?”. Una simple comparación lo aclara:
Tómese un comprimido de ácido
acetilsalicílico si le sigue doliendo.
Tu sonrisa es paracetamol y alivia
el rencor de mis tardes.
Una
vez respondida la pregunta, el científico o investigador cambiará de vereda y
buscará nuevas respuestas; el poeta, sin embargo, continuará interrogándose y
hurgará en lo recóndito, en lo más oculto del pensamiento.
Y,
no obstante, probablemente lo principal y lo que genera más expectativas en
esta aparente distancia entre Poesía y Ciencia Farmacéutica –las pocas veces
que nos hemos atrevido a mirarlas juntas-, puede verse en la manera de llegar a
sentir los resultados. El investigador de un laboratorio farmacéutico usará las
soluciones encontradas en investigaciones anteriores sin volver a recorrer los
mismos caminos de cálculos, medidas, experimentos y dosis con los que otros
trabajaron: los dará por buenos, los aceptará en su caso y seguirá adelante;
sin embargo, tal vez, el poeta, literato de vocación y, por lo mismo, algo
escéptico para las cosas concretas de la vida nunca se contentará con aquello
que hayan señalado otros literatos; el poeta debe descubrir por sí mismo el
sendero de las respuestas, porque su perspectiva es individual e intransferible
y, por lo tanto, única y solo suya.
Acaso
en el fondo de todo poeta está plasmada de modo indeleble la máxima aquella de
“si siempre haces lo mismo como mucho lograrás obtener lo que tienes; por eso,
si deseas tener algo nuevo, deberás obrar o intentarlo de modo diferente”. De
ahí que la poesía busque los enigmas, mientras que la ciencia se dirige a lo
comprobado. ¿Dónde pueden unirse, entonces? En el deseo de ordenar, en un caso,
conocimientos y, en otro, sentimientos; en un caso la concreción y, en el otro,
la abstracción. Se unen no en el final, no en los resultados, sino en el
principio, en la búsqueda de caminos. No es el “¡Eureka!” lo que cuenta, es el
“¡Veamos si lo conseguimos. Pongámonos en marcha!”.
El camino
Con
esto queda claro que los descubrimientos científicos o farmacéuticos facilitan
el camino de investigaciones posteriores. Lo que logran casi siempre los
hallazgos poéticos es complicar el sentimiento y rumbo de los otros poetas y
obstaculizar el desarrollo natural de sus planteamientos, sobre todo en los
momentos de trasladarlos al lenguaje. En el uso del lenguaje es donde surge el
enigma de la sospecha de una posible relación entre ambos campos.
Pongámonos
a escudriñar nuestro entorno. En cualquier lugar pueden escucharse con claridad
a la vez casos distintos:
Le
agradecía entonces aquél lamento al viento del Oeste que me había dado la
oportunidad de conocerla cuando aún había tiempo para rehacer mi vida.
Si
lo que necesitan son hipolipemiantes, es fácil: con cuatro productos que
podemos tener en el almacén lo soluciono: niceritrol, pirifibrato, tiadenol y
xilapolisulfúrico de ácido...
Pues
si sales de España tienes que tener un cuidado que te...; vas al boticario o
farmacéutico y dices que estás constipado porque toses y tal, y te arrean un no
se qué que estás todo el día yendo al baño... Y es que no se enteran los tíos
que una cosa es estar constipado y otra muy distinta es estar estreñido, por lo
menos para mí.
Bien
lo dice Juan Ramón en su Diario de un poeta recién casado, ¿lo recuerdas?:
En ti está todo, mar, y sin
embargo,
¡qué sin ti estás, qué solo,
qué lejos, siempre, de ti mismo!
Pero
¿no dijiste antes que las tiazidas aumentan el colesterol total y los
triglicéridos? Y además pueden disminuir el HDL... ¡lo que faltaba! Te arreglan
la tensión y te estropean lo demás...
Porque
lo primero es estar al loro y conocer de qué van y cuáles son las
costumbres y, si te vas a poner chulo,
qué tienes que hacer y tal y tal... Hay que estar pirao, y eso que mi menda no
es que sea un enteradillo, a lo mejor soy algo ‘bocas’, pero nada más, pero sin
llegar a estar sembrao...
Me
agrada Pablo Neruda cuando habla de amor:
Para que tú me oigas
mis palabras
se adelgazan a veces
como las huellas
de las gaviotas en las playas.
Quizás
es una caricatura demasiado simple la de juntar textos diversos, que pueden
darse en nuestra realidad cotidiana, para conocer la disparidad y el origen del
enigma del lenguaje poético enfrentado al lenguaje científico. Nos encontramos
tal vez con el problema de las carencias en materia de competencia lingüística
o comunicativa. Ni todos conocemos bien las bases del lenguaje
científico-farmacéutico, ni todos dominamos el lenguaje poético absolutamente.
Un
ejemplo de Roman Jakobson, extraído de su Lingüística y poética (1960) nos
ilustra lo apuntado:
- Al repelente le dieron
calabazas.
- ¿Qué es dar calabazas?
- Dar calabazas es lo mismo que
catear.
- Y ¿qué es catear?
- Catear significa suspender.
- Pero ¿qué es un repelente?
–insiste el preguntón, que está in albis en cuestión de vocabulario
estudiantil.
- Un repelente es (o significa)
uno que estudia mucho.
Quien
esté al corriente del habla juvenil o estudiantil no tendrá problema en
entender e interpretar tales vocablos, del mismo modo que quien lo está del
lenguaje técnico-farmacéutico entenderá qué es dexibuprofeno y sabrá qué es
formoterol+budesónida, o en lenguaje médico conocerá en qué consiste una
megaloplastia o una ortopantomografía.
Farmacia y Poesía
De
modo y manera que, a veces, entre poesía y ciencia, entre poema y farmacia o
laboratorio, lo mismo que los une, a la vez los enfrenta. Los intereses últimos
aunque parezcan iguales pueden ser distintos.
Me duele el alma, lo echo tanto
de menos...
Y
el laboratorio farmacéutico no puede hacer nada.
Me duele el pecho aquí y aquí...
Y
el poeta rasga y rompe el silencio, pero no puede hacer nada. Se enfrentan los
dolores del alma y del cuerpo.
Para
una cefalea, paracetamol o algo similar; para una angustia o una necesidad de
esperanza, unos versos oportunos:
Puedo escribir los versos más
tristes esta noche...
¿Qué tengo yo que mi amistad
procuras?...
Mi nostalgia es una antorcha que
acongoja mis latidos...
Definía
don Antonio Machado la poesía como “diálogo del hombre con su tiempo”, y
Octavio Paz apuntaba que “la poesía sigue siendo una fuerza capaz de revelar al
hombre sus sueños y de invitarlo a vivirlos en pleno día”. No se queda atrás el
literato Jorge Luis Borges en su Obra Poética 3 cuando asegura: “un hecho
cualquiera –una observación, una despedida, un encuentro, uno de esos curiosos
arabescos en que se complace el azar- puede suscitar la emoción estética. La
suerte del poeta es proyectar esa emoción, que fue íntima, en una fábula o en
una cadencia”.
“La
poesía se justifica –según don Luis García Montero en sus Confesiones poéticas-
cuando el lector se cree el poema...”.
La
ciencia farmacéutica se completa, se hace importante, al menos socialmente,
cuando el enfermo toma un medicamento libremente y asume la creencia de que le
va a curar un mal o le va aliviar unos dolores. Es en este punto de confianza,
de fe, en el que se encajan y funden ambas corrientes vitales. Al final, pues,
es la fe humana, la confianza en los demás la que nos solucionará las
preguntas, tanto desde el laboratorio como desde el poema.
Claudio
Rodríguez pudo dejarlo bien expresado:
Y yo te veo porque yo te quiero.
Es el amor que no tiene sentido.
La
farmacopea es, por tanto, un poema que nos enseña a valorar el dolor, y el
Poema es un medicamento que nos cura la desesperanza. Si es verdad que hay que
enfrentarse al dolor a través de ciertos medicamentos para solucionar sus
consecuencias, es cierto también que puede ayudar mucho la concomitancia de la
dulzura y la suavidad de las palabras matizadas y emocionadas de unos versos.
No cabe pensar en el miedo a no acertar.
Puede
decirse con claridad que en poesía, como en el laboratorio farmacéutico, el
fracaso no existe como tal, solo existirán resultados distintos pero siempre
aprovechables por la persona. Todos sabemos que el reto del sistema sanitario y
farmacéutico está hoy en mantener un servicio a la sociedad de gran calidad y
de sobresaliente nivel científico dentro de un límite presupuestario y que la
industria farmacéutica debe seguir encontrando nuevas vías para lograr ese
objetivo; y, por lo mismo, todos sabemos que el reto del poeta o literato es el
de dar servicio de calidad y de alto nivel social encontrando la realidad
oculta de las palabras en el taller de lo lingüístico para compensar de alguna
manera el materialismo denigrante de nuestra sociedad.
¿No
es esto mismo a la postre lo que se viene haciendo en los laboratorios al
querer encontrar la realidad oculta de los productos que después acabarán
siendo medicamentos? ¿Cada medicina nueva o vieja no posee al menos un ápice de
poesía oculta en cada dosis que suaviza el dolor y aplaca la ignominia de la
decrepitud o de la enfermedad? No hemos nacido para el dolor, sino para la vida
y para perpetuarnos de mil y una maneras.
A
esto podemos llamarlo “Esperanza”. ¿Existirán comprimidos de este medicamento?
Manuel Prieto Peromingo
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