Ayer se cumplieron 115 años del
descubrimiento de la Aspirina, una historia que comenzó en 1897 en los laboratorios de Bayer en
Wuppertal (Alemania), cuando el químico Dr. Felix Hoffman consiguió sintetizar
el ácido acetilsalicílico, el principio activo de Aspirina. Dos años más tarde,
concretamente el seis de marzo, Bayer inscribió este fármaco en el registro de
marcas y patentes de Berlín. En un principio, Aspirina se comercializó en polvo, pero un año
más tarde ya estaba en el mercado con la forma del conocido comprimido.
Este analgésico está incluido desde hace 30
años en la ‘lista de los “medicamentos indispensables” de la Organización
Mundial de la Salud (OMS) e incluso llegó a participar en el primer viaje a la
luna, en el que Neil Armstrong se llevó una caja de este medicamento al espacio a bordo del Apollo 11.
El ácido acetilsalicílico tiene propiedades
analgésicas, antipiréticas y antinflamatorias. Además, a dosis bajas, ha
demostrado ser eficaz en la prevención de enfermedades cardiovasculares. Pero, ¿cómo alivia Aspirina el dolor, la fiebre y la inflamación?
Esta pregunta fue respondida en 1971 cuando el farmacólogo británico John R.
Vane descubrió que el ácido acetilsalicílico inhibe la formación de prostaglandinas.
El descubrimiento del mecanismo de acción del ácido acetilsalicílico se
reconoció once años más tarde con el Premio Nobel.
Hoy día, y a pesar de todas las versiones de
genéricos del ácido acetilsalicílico existentes, y de la presencia en el mercado
de otros analgésicos, Aspirina sigue ocupando un lugar destacado y ha venido
aportando a lo largo de estos años nuevas presentaciones como la de comprimidos
efervescentes o la de granulado que se puede tomar sin agua.
En la imagen, evolución del logotipo de la
compañía farmacéutica Bayer.
No hay comentarios:
Publicar un comentario