Más
del 50% de la reducción de la mortalidad por enfermedad cardiovascular (ECV) ha
sido posible gracias a la modificación de los factores de riesgo. Reducir los
niveles de tabaquismo, mejorar las dietas, reducir el consumo de sal, controlar
la hipertensión y la obesidad, etc., ha hecho posible reducir la incidencia de
las ECV en los países desarrollados durante las últimas décadas. Esto significa
que una gran mayoría de las ECV pueden evitarse. A pesar de ello las medidas de
prevención están poco extendidas y, por lo general, los gobiernos destinan sólo
una pequeña parte del gasto sanitario a la prevención de enfermedades de
cualquier tipo, normalmente el 3% en los países desarrollados.
El
paciente que ha sufrido un episodio de una ECV, por ejemplo, un infarto agudo
de miocardio o angina de pecho (las cuales suelen denominarse de forma conjunta
como síndrome coronario agudo), se enfrenta a un elevado riesgo de mortalidad
cardiovascular en los doce meses siguientes a sufrir el primer episodio. Sin
embargo con unas estrictas normas de vida y alimentación, junto con el
tratamiento farmacológico correcto, puede reincorporase a una vida normal.
Según
el informe “El corazón del asunto: nuevos enfoques para la prevención de las
enfermedades cardiovasculares”, elaborado por The Economist Intelligence Unit,
con el patrocinio de AstraZéneca, las ECV representaron el 30% de las muertes
que se produjeron en el mundo en 2010, por encima de las infecciones respiratorias,
VIH o cáncer, con un coste económico total superior a 850.000 millones de
dólares. Y en el caso de España la situación es peor ya que las ECV constituyen
la primera causa de muerte con un coste estimado total de 2.000 millones de
euros anuales.
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