La definición de asma –enfermedad crónica inflamatoria de
las vías aéreas- encierra una compleja discusión que ha llevado a clínicos,
epidemiólogos y fisiopatólogos a establecer diferentes, y en ocasiones
contradictorios conceptos de esta patología, debido al desconocimiento que
existe de los agentes causales de la enfermedad y de los mecanismos de acción
de la misma. De ahí la importancia de encontrar soluciones a una enfermedad que
afecta a 150 millones de personas en el mundo y que provoca la muerte en tres
de cada 100.000 pacientes al año, sobre todo en jóvenes y en personas de la
tercera edad.
En nuestro país, los afectados por esta enfermedad se cifran
en unos dos millones de personas, estableciéndose una mayor incidencia entre la
población infantil (15%) aunque la cifra real es más elevada, debido a que solo
el 50 por ciento de los asmáticos está correctamente diagnosticado.
El tratamiento de estos dos millones de personas representa
el 5 por ciento del mercado farmacéutico español. Sin embargo, el
incumplimiento del tratamiento por parte del paciente y la escasa utilización
de fármacos preventivos son los causantes de los más altos porcentajes de bajas
laborales, de la hospitalización y de la asistencia a los servicios de
urgencia. En términos económicos esto supone más del 70 por ciento del coste
sanitario. En el caso de la infancia, es la principal causa de absentismo
escolar, de manera que los niños afectados por asma llegan a faltar el doble
que los demás.
Todas las directrices nacionales e internacionales asumen la
importancia de utilizar tratamientos preventivos que a largo plazo suponen una
elevada rentabilidad y una disminución del gasto sanitario, ya que se ha
confirmado que reducen en un 80 por ciento los ingresos hospitalarios. Entre
los fármacos antiinflamatorios que pueden utilizarse como medida preventiva en
estos pacientes están los esteroides inhalados, los broncodilatadores de larga
duración y los antagonistas de leucotrienos.
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