(AZprensa) Inspirado en esos círculos de setas (también conocidos
como “corros de brujas” o “anillos de hadas”) que alguna vez se pueden
encontrar por el campo, se inspiró el siguiente relato. En realidad, dichos
círculos no tienen nada de extraño, ya que esa es la forma natural de crecer
(como ondas de agua que se van expandiendo) de algunas especies de setas cuando
las condiciones del suelo son propicias. Pero quizás, en alguna ocasión…
Arne salió aquella mañana temprano a pasear por el bosque
buscando, como tantos otros días en el otoño, llenar su cesta con setas. Una
densa niebla daba una mágica luz al paisaje y hacía difícil, a veces, continuar
el camino por el bosque. Tras media hora caminando, sin saber muy bien dónde
estaba –quizás se hubiese desviado del camino habitual- llegó a un pequeño
claro en el bosque. Una figura extraña parecía dibujarse en el suelo unos pocos
metros frente a él. Parecía un círculo. Se acercó y conforme avanzaba su
sorpresa fue en aumento al descubrir un perfecto círculo de setas en el suelo.
Era un círculo casi perfecto, de unos tres metros de diámetro. Con cuidado de
no pisar las setas, se situó en el centro del círculo y quedó maravillado de la
perfección de aquella formación. Fue girando la vista poco a poco, siguiendo
con la mirada aquél círculo. Al fin, decidió agacharse y coger de una en una aquellas
setas para introducirlas en su cesta. Con su navaja de hoja curva fue cortando
minuciosamente cada una de las setas, asegur´ñandose de no arrancar ninguna para
que pudiesen seguir reproduciéndose. Cuando hubo terminado, su cesta estaba
llena y el círculo... había desparecido. Se levantó y, habida cuenta de que ya
no le cabían más setas en su cesta, decidió dar por concluido el paseo y
regresar. Se dio la vuelta, la niebla continuaba igual de espesa, y al cabo de
unos minutos se dio cuenta de que algo no iba bien. No le resultaba conocido
aquél entorno y le era difícil encontrar el camino de regreso o siquiera un
punto de referencia con el que poder orientarse.
Cuando Arne llenó su cesta con las setas que formaban
aquél círculo perfecto en el suelo, sólo había pasado media hora. Sin embargo,
después de más de una hora caminando aún no sabía dónde estaba. La niebla
seguía allí y él comenzó a preocuparse. Afortunadamente, el ruido de una corriente
de agua llamó su atención y decidió acudir allí puesto que de aquella manera
quizás podría orientarse; las corrientes de agua siempre conducen a algún
sitio. Avanzó unos cientos de pasos y lo que encontró no fue un riachuelo, sino
un gran río caudaloso. Lo sorprendente era que en aquél paraje nunca había
existido ningún río. ¿Dónde podía estar? ¿Qué habría pasado? Era imposible que
en una hora de camino se hubiese alejado tanto y además, nunca había oído que
en los alrededores de aquella comarca hubiese existido un río de aquellas
dimensiones. Caminó un poco más siguiendo el curso de la corriente hasta que al
cabo de un tiempo pareció vislumbrar la silueta de un gran puente de piedra al
tiempo que la niebla se disipaba y los rayos del sol sacaban a la hierba del
bosque todo su esplendor. A mitad del puente se detuvo mirando al horizonte y
quedó inmóvil. Lo que vio desde allí lo dejó más atónito aún: era una ciudad,
pero no era la suya ni tampoco creyó reconocer que fuese ninguna de las
poblaciones vecinas, todas las cuales conocía por haberlas visitado en alguna
ocasión.
Dejó atrás el puente y se dirigió con el corazón acelerado hacia aquella ciudad que no conocía. Se acercó a una pareja de campesinos que venían en su dirección y les preguntó que dónde estaba, que qué ciudad era aquella. Los campesinos le miraron con extrañeza y empezaron a hablarle en un idioma que no conocía. ¿Campesinos extranjeros en aquél pueblo? Aquello era más extraño aún, así que se despidió por señas de ellos y siguió presuroso su camino. De una tienda salía una señora con varios panes en una cesta y le formuló la misma pregunta, pero la respuesta fue idéntica, borbotones de palabras en un idioma que no conocía. Entonces levantó la vista y se fijó en el letrero de aquella panadería: el letrero estaba escrito en un idioma que no conocía. Arne quedó completamente desconcertado. Titubeante se acercó a un banco de piedra que había en una esquina de lo que parecía ser la plaza central de aquel pueblo y se sentó, agachó la cabeza y se mesó los cabellos tratando de encontrar una respuesta a todo aquello.
Una mano se posó en su hombro. Levantó la vista y vio a
un hombre viejo que, con semblante amable, le preguntó algo en aquél idioma
extraño. Arne trató de explicarle cómo se había perdido en el bosque y había
ido a parar a aquella ciudad que no conocía y donde todo el mundo hablaba un
idioma extraño, pero era evidente que aquél hombre tampoco podía entenderle. El
viejo quedó pensativo por un momento y viendo la preocupación dibujada en el
rostro de Arne le indicó por señas que le siguiera. Así lo hizo. ¿Qué otra cosa
podía hacer? Estaba completamente perdido y desconcertado, incapaz de
comunicarse con nadie. Siguió al viejo por una larga calle hasta que salieron
del pueblo y vio cómo se acercaban a una pequeña granja de la que parecía salir
el sonido de una melodía. Al principio no supo identificar qué clase de música
era aquella, pero pronto se dio cuenta que era la música de un cello, música
triste, fúnebre casi, como emitiendo gritos de desesperación; un calco, en
definitiva, de su estado de ánimo en aquél momento. La puerta estaba
entreabierta y allí en el salón, junto a la chimenea, estaba una joven rubia,
la responsable de aquél insospechado concierto. La joven dejó de tocar y
dirigió una mirada inquisitiva hacia el viejo. Algo hablaron entre ellos y la
joven se dirigió a él de nuevo preguntándole algo que, evidentemente, él no era
capaz de comprender. Arne comenzó a explicar de nuevo cuál era su situación y
entonces ella le respondió. Esta vez sí, por fin, en su idioma, aunque con un
acento extraño: “¿Cuándo has llegado aquí?
La joven rubia del cello, vestía un traje de color
violeta y con expresión serena en su rostro escuchó el relato de Arne. Conforme
avanzaba en su explicación, pudo observar cómo el rostro sereno de la joven iba
cambiando y adoptando la misma expresión de preocupación. “No debiste coger
nunca aquellas setas. Has cerrado tu camino de regreso”, dijo ella. “¿A qué te
refieres?”, preguntó él. Entonces ella le explicó que a veces, surgen de forma
mágica círculos de setas en el bosque, círculos tan perfectos que parecieran
obra del hombre y no caprichos de la naturaleza. En esos círculos se concentra
tanta fuerza que si alguien se introduce en su interior puede ser transportado
a otro lugar... o lo que es peor... a otro tiempo. Eso es algo que ya pasó en
alguna otra ocasión y ella fue testigo una vez. En aquella ocasión un hombre
que vestía unas ropas antiguas apareció en aquél lugar y relató una historia
similar. Sin embargo en aquella ocasión aquél hombre había dejado intacto el
círculo; pudo entonces regresar, introducirse de nuevo en él y desaparecer de
nuevo. Eso sucedió ante sus ojos, podía la joven dar fe de ello. Lo que no
sabría explicar es lo que pudo suceder después, qué le pasó o a dónde fue; solo
sabe que desapreció ante sus ojos.
Arne había aparecido de repente en un lugar desconocido y ahora trataba de averiguar si también lo había hecho en una época diferente. Comenzó a formular numerosas preguntas a la joven rubia del cello y esta, a su vez, se interesaba por el lugar y tiempo de donde Arne procedía. Algo extraño sucedía porque ni los países, ni las guerras, ni los gobernantes coincidían; ni siquiera la forma de contar los años. Según la joven estábamos ahora en el año 3365 en cuyo caso él tendría ahora más de mil años. Según esto, no parecía nada apetecible la idea de ingerir alimento o líquido alguno. Pero tampoco podía estar seguro si de verdad se había proyectado hacia el futuro o si había accedido a través del círculo de setas a un universo paralelo. Todo eran interrogantes y a cada nueva pregunta más aumentaba su desconcierto. Al cabo de un rato, Arne agachó la cabeza con resignación. La única forma de poner algo de luz en todo aquello era volver al bosque y tratar de encontrar de nuevo el círculo de setas, aunque ahora sería tan solo un círculo de muñones cercenados por su navaja cuando recolectó todas las setas, esa puerta que quizás fuese la única de volver a su mundo. Se despidió del viejo y de la joven y emprendió el camino de regreso, cuando escuchó una voz a sus espaldas. “¡Espera!”, le gritó la joven. “Iré contigo”, añadió. Y así los dos comenzaron ese camino en busca del círculo de setas en el corazón del bosque para tratar de introducirse en él, en espera de quién sabe qué, quién sabe dónde, quién sabe cuándo...
Llevaban ya varias horas caminando por el bosque tratando
de encontrar el círculo de setas que él había cortado. Cuando la desesperanza
comenzaba a hacer acto de presencia por fin creyó reconocer un viejo tronco
junto al que había pasado cuando llegó y, en efecto, poco más allá pudo ver un
círculo de setas. Pero algo había cambiado. Allí se veían los muñones
cercenados por su navaja y junto a cada tronco seccionado había crecido una o
dos pequeñas setas. “¡Este es!”, gritó emocionado. Miró fijamente a la joven,
como queriendo expresar que su obligación era regresar al mundo de donde había
venido o al menos intentarlo, aunque aquél círculo ya no era igual y no estaba
muy seguro de qué podría suceder a partir de aquél momento. Miró a la joven de
nuevo, quizás por última vez, y apretó con ternura y agradecimiento su mano.
Después, se introdujo de nuevo en el círculo deseando que algo mágico pasara,
cerró los ojos y deseó volver a su mundo…
Cuando abrió de nuevo los ojos, la joven ya había desparecido,
pero ¿dónde estaría? y lo más importante ¿cuándo estaría?
PD.- La vida es un libro que ya ha sido escrito en su
totalidad con la forma de un laberinto de infinitas y continuas alternativas.
El tiempo no existe. Somos nosotros, en este plano de consciencia, los que en
un acto de voluntad decidimos con la mirada seguir una trayectoria determinada,
eligiendo a cada instante entre las alternativas que se nos ofrecen, las cuales
van configurando una determinada historia. Pero ese camino elegido, y todos los
demás, ya los hemos vivido al igual que este. Algún día, cuando la muerte nos devuelva
a la vida, lo comprenderemos.
“Los primeros pasos de un escritor”: https://amzn.to/2OCXtzc
Dejó atrás el puente y se dirigió con el corazón acelerado hacia aquella ciudad que no conocía. Se acercó a una pareja de campesinos que venían en su dirección y les preguntó que dónde estaba, que qué ciudad era aquella. Los campesinos le miraron con extrañeza y empezaron a hablarle en un idioma que no conocía. ¿Campesinos extranjeros en aquél pueblo? Aquello era más extraño aún, así que se despidió por señas de ellos y siguió presuroso su camino. De una tienda salía una señora con varios panes en una cesta y le formuló la misma pregunta, pero la respuesta fue idéntica, borbotones de palabras en un idioma que no conocía. Entonces levantó la vista y se fijó en el letrero de aquella panadería: el letrero estaba escrito en un idioma que no conocía. Arne quedó completamente desconcertado. Titubeante se acercó a un banco de piedra que había en una esquina de lo que parecía ser la plaza central de aquel pueblo y se sentó, agachó la cabeza y se mesó los cabellos tratando de encontrar una respuesta a todo aquello.
Arne había aparecido de repente en un lugar desconocido y ahora trataba de averiguar si también lo había hecho en una época diferente. Comenzó a formular numerosas preguntas a la joven rubia del cello y esta, a su vez, se interesaba por el lugar y tiempo de donde Arne procedía. Algo extraño sucedía porque ni los países, ni las guerras, ni los gobernantes coincidían; ni siquiera la forma de contar los años. Según la joven estábamos ahora en el año 3365 en cuyo caso él tendría ahora más de mil años. Según esto, no parecía nada apetecible la idea de ingerir alimento o líquido alguno. Pero tampoco podía estar seguro si de verdad se había proyectado hacia el futuro o si había accedido a través del círculo de setas a un universo paralelo. Todo eran interrogantes y a cada nueva pregunta más aumentaba su desconcierto. Al cabo de un rato, Arne agachó la cabeza con resignación. La única forma de poner algo de luz en todo aquello era volver al bosque y tratar de encontrar de nuevo el círculo de setas, aunque ahora sería tan solo un círculo de muñones cercenados por su navaja cuando recolectó todas las setas, esa puerta que quizás fuese la única de volver a su mundo. Se despidió del viejo y de la joven y emprendió el camino de regreso, cuando escuchó una voz a sus espaldas. “¡Espera!”, le gritó la joven. “Iré contigo”, añadió. Y así los dos comenzaron ese camino en busca del círculo de setas en el corazón del bosque para tratar de introducirse en él, en espera de quién sabe qué, quién sabe dónde, quién sabe cuándo...
“Los primeros pasos de un escritor”: https://amzn.to/2OCXtzc
No hay comentarios:
Publicar un comentario