(AZprensa) Esta es una anécdota real aunque parezca
sacada de esas historias de “el mundo al revés”. Como todos sabemos, los
laboratorios farmacéuticos tienen una amplia plantilla de empleados llamados “Visitadores
Médicos” cuyo trabajo es ese, ir a visitar a los médicos para explicarles las
bondades de los productos de ese laboratorio y conseguir que el médico los
recete.
En definitiva, en la vida real son los “Visitadores” los
que visitan al médico, y no los médicos los que van a visitar al laboratorio.
Pero como todo en la vida, también hay excepciones, y hubo una vez un
laboratorio farmacéutico al que iban a visitar los médicos.
En aquél laboratorio, todos los días se producía un
desfile incesante de médicos. Cualquier excusa era buena: que si quiero unas
muestras de tal medicamento, que si quiero hacer una consulta, que si me pueden
hacer llegar su revista, que si me pueden buscar un trabajo científico
publicado en tal revista extranjera…
Todas esas peticiones se hubieran podido atender
perfectamente por teléfono, e incluso los “Visitadores” del laboratorio
hubieran estado encantados de tener ese pretexto para visitar de nuevo a esos
médicos y volver a recordarle los medicamentos del laboratorio. Pero no, los
médicos no querían llamar por teléfono, preferían ir personalmente al laboratorio.
Bien es cierto que la sede central del laboratorio estaba
en el centro de Madrid (en la calle Ríos Rosas) e incluso disponía, dentro del
recinto del laboratorio, de un amplio aparcamiento que podían utilizar
gratuitamente. Pero estas dos ventajas no parecían suficientes como para
hacerles perder el tiempo en el desplazamiento personal hasta allí para algo
que se podía resolver por teléfono. ¿Cuál era el misterio, pues, de esa
inusitada atracción que ejercía el laboratorio?
Veamos. Aparcabas en su amplia explanada privada frente a
las escaleras de la entrada principal. Subías las escaleras y accedías a un
amplio hall. Caminabas por él y al fondo te atendía una espectacular
recepcionista: guapísima, con un tipazo sensacional, simpática, atenta, eficaz. (Ya se va entendiendo un
poco el por qué, pero aún hay más).
Todos los empleados del laboratorio llevaban bata blanca.
La recepcionista, también, pero… como dentro del laboratorio –tanto en verano
como en invierno- había muy buena temperatura, la recepcionista sólo llevaba el
sujetador debajo de la bata y no solía abrocharse el último botón.
Un buen día, esta secretaria dejó el laboratorio porque
había empezado a hacer sus pinitos en un Café-Teatro y quería ser artista, así
que el laboratorio cambió de recepcionista, pero siguió poniendo en ese puesto
a otra chica de similares cualidades. Y siguieron visitando el laboratorio
decenas de médicos cada día y, curiosamente, los que acudían allí siempre eran
hombres.
Así eran (y siguen siendo) los laboratorios farmacéuticos
por dentro.
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