lunes, 9 de enero de 2023

¿Se puede escribir poesía en tercera persona?

(AZprensa) Cualquiera que haya leído poesías se habrá dado cuenta que el poeta casi siempre escribe en primera persona, narrando sus sentimientos o las sensaciones que percibe del mundo que le rodea y de los acontecimientos que suceden a su alrededor. Algunas veces, también, suele escribir de forma “impersonal”, narrando lo que sucede en el mundo. Ahora bien, ¿cuántas veces has leído algo de un poeta que lo haya escrito en tercera persona? Es decir, una persona que no es el poeta, toma prestada su mano y le hace escribir lo que esa otra persona siente, piensa o ve.

 
Muy poco usual ¿verdad? Pues aquí te ofrezco, para deleite y sorpresa de cuantos se han interesado alguna vez por la lectura, estas líneas de un poeta que un buen día vio cómo lo suplantaban y le hacían escribir cosas ajenas a su vida y a lo que él normalmente trasladaba a sus poemas…
 
“Desde que a los ocho años comencé a escribir pequeños relatos... no he parado de escribir desde entonces. Desde que a los trece años comencé a escribir poesía... tampoco he dejado de hacerlo desde entonces. La escritura ha sido mi vida, y también, afortunadamente, mi medio de vida, aunque el dinero no me lo han dado mis novelas o mis poemas, sino mis artículos periodísticos.  De cualquier forma, nunca he dejado de escribir poemas, más de cuatrocientos en toda mi vida y que dejé recogidos en varios libros disponibles en Amazon (tanto en edición digital como en edición impresa). Sin embargo yo, como la mayoría de los poetas, siempre he escrito en primera persona, tal como indicaba al inicio de estas líneas. Pero aquél verano de 2008 sucedió algo diferente...
 
Estábamos pasando las vacaciones en la playa. Durante la hora de la siesta mi familia dormía mientras yo me relajaba viajando por la Red. Fue así como en mis paseos por un sitio de esos, tipo Facebook, en donde la gente cuelga sus fotografías, sus comentarios, etc., la encontré a ella. Su nombre era Ashley, una joven extranjera (no venía especificado el país), morena, de ojos claros y mirada profunda, deportista, con un gran sentido del humor por lo que podía traslucirse de muchas de sus divertidas fotografías... y amante de la fotografía, no en vano su sitio contenía cientos de fotografías frente a unas pocas decenas que era lo habitual de encontrar por allí. Estas características llamaron mi atención y fue así como decidí, como simple entretenimiento, echar un vistazo a todas sus fotografías. Las había aisladas (un momento concreto captado por la cámara) y las había también –con mucha frecuencia- formando conjuntos (serie de fotografías que narraban una escena concreta como los sucesivos fotogramas de una película), es decir, iba contando historias también con sus fotografías. Aquellas imágenes quedaron firmemente grabadas en mi retina y guardé el enlace entre mis favoritos. Y lo hice sin saber por qué. De hecho nunca intercambié ninguna línea con ella, no le envié ni un solo e-mail. Simplemente alimenté mi vista con sus fotos y después, volví al mundo real, a mis paseos por la playa, al descanso en la piscina, a las cenas en el hotel... nada de particular ni de interés.
 
Pero llegó otra siesta y algo extraño sucedió. Esa tarde no me apetecía navegar por Internet, ni leer, ni dormir, ni pasear... esa tarde algo extraño me impulsó a escribir un nuevo poema. Me puse a ello. Cogí un lápiz (siempre he preferido el lápiz a la pluma o el bolígrafo) y una agenda de mesa que tenía disponible, y dejé que la inspiración fluyese en mi interior. Así fue. De una forma instantánea comencé a escribir con soltura, como un autómata, un poema. No tuve que pensar, simplemente sentir y dejarme llevar. No sabría decir si era yo quien escribía o si era alguien quien utilizaba mi mano para moverla y escribir. Porque esta vez, cuando hube acabado ese primer poema y contemplé el resultado, no pude evitar una expresión de sorpresa. Aquél poema estaba escrito en primera persona –como ya he dicho que es lo habitual en los poetas- pero esa primera persona... ¡no era yo! El poema venía firmado por una chica joven que decía llamarse Alma y decía, entre otras cosas: “Me río de todo aquello que con tanto afán valoras...”. En mi mente apareció la imagen de esa chica, era Ashley, pero ahora decía llamarse Alma y quería contarme su historia, quería utilizarme como herramienta para transmitir al papel sus poemas. No tenía nada que ver conmigo, tampoco tenía nada que ver con Ashley, pero había tomado prestada de aquella su imagen y los momentos captados en muchas de sus fotografías.
 
Cuando vi el resultado de aquél poema y lo revisé, me di cuenta que estaba perfecto, no había nada que corregir (lo habitual cuando se escribe un poema es ir corrigiendo después algunas cosas hasta dejarlo de gusto del autor). Lo había escrito como un autómata y había salido perfecto a la primera. Pero algo bullía en mi interior, era Alma que tenía muchas más cosas que decir y me pedía más. Me complació tanto el resultado de aquél primer poema que me presté al juego y me dejé llevar, consentí en ser el vehículo que transmitiese aquellos sentimientos ajenos que de una forma misteriosa me llegaban.
 
A través de la prosa y de los versos Alma nos cuenta sus cosas y plasma también su historia en unos poemas que nos hablan de emociones, de sus risas, de sus juegos... Y en medio de todo esto podemos mirar sus ojos y conocer también sus íntimos deseos: “es con chicas con quien sueño”. Porque ella es Alma, un alma errante que encontró una tarde la mano capaz de llevar al papel sus sentimientos”.
 

"Yo soy Alma & Algo así", de Vicente Fisac. Disponible en Amazon, en ediciones digital e impresa:
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